domingo, 29 de junio de 2008

Inventario

Cuando revisé por primera vez el Sistema de Información Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, no le di la atención que ahora le doy. Es como cuando, producto de la distracción que impone la prioridad no observas ni te detiene la importancia de lo cotidiano. Así nos perdemos de afanes que luego son necesarios.

En ese entonces la lectura estaba enfocada a la simple curiosidad de conocer lo que aportaba Quintana Roo en el plano nacional. Ahora, por circunstancias laborales o por el terco vicio de buscar similaridades o diferencias encuentro muy oportuna y de mayor utilidad la nueva revisión del Sistema.

Intuyo que también me hizo cambiar de óptica el que en un breve lapso haya realizado dos viajes; uno a Campeche y otro a Villahermosa. En ambos viajes surgían datos aislados, sueltos, de los quehaceres de las instituciones culturales del sureste mexicano. Era evidente que tenía que comprender los contextos mayores.

Y es que en veinticinco años los institutos culturales del sureste crecieron, pasaron de lo simple a lo complejo. De aquel 1983 cuando se crean los institutos culturales de Campeche y Yucatán y de aquel 1984 que marca el inicio del Instituto Quintanarroense de la Cultura, la infraestructura, los programas y proyectos han crecido cuantitativamente. Ya no es lo mismo administrar las diez casas de la cultura, el medio centenar de bibliotecas o las siete zonas arqueológicas de la primera mitad de los 80s, que los actuales 1900 espacios culturales que existen en Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. El aumento exponencial de la infraestructura cultural se explica ligando el crecimiento de la demanda de servicios culturales que trae consigo el normal comportamiento demográfico o los incontrolables flujos migratorios. En ese lapso, la población de Quintana Roo se multiplicó por seis veces.

Es oportuno aclarar que no es lo mismo hablar de infraestructura cultural que de patrimonio cultural. En este caso el patrimonio no es la propiedad que tiene la institución sobre ciertos bienes inmuebles. Algunos, aunque parezca increíble, lo siguen confundiendo.

El patrimonio cultural comprende la obra artística -sea de pintores, escultores, músicos, escritores, intelectuales-, así como la obra anónima de la creación popular. La lengua; las prácticas sociales de la ritualidad y las creencias; el conocimiento y la relación con la naturaleza y las maneras de mesa y sabores que pueda tener la ingesta para vivir: es lo que le llaman el patrimonio cultural inmaterial. También está lo hecho por el hombre en los lugares y en sus monumentos arquitectónicos, sea un fuerte militar o un sitio para adorar a los dioses: es lo que llaman el patrimonio cultural material. Finalmente, todo ello, lo tangible o lo intangible del patrimonio, es el conjunto de valores simbólicos que como cultura hemos creado.

En esos recientes viajes que les comentaba, percibí que los funcionarios de los estados del sureste sabían en detalle lo que tenían en sus entidades. Conocían qué les faltaba por hacer y qué por mantener. Parecía que los inventarios estaban al día.

Entonces me propuse indagar en los datos sistematizados con qué contaba Quintana Roo en el tema de la infraestructura cultural y cómo nos situábamos en relación con los estados de la Península. El vicio de la comparación estaba presente. Hacer este ejercicio no era ocioso, era conocer las fichas, las estampas y las canicas que teníamos y cuántas nos faltaban. Eso sí, hay que anteponer que nuestras calas históricas y los componentes sociales son ligeramente diferentes.

Para empezar, nosotros tenemos 132 espacios culturales, Campeche 115 y Yucatán 345. La tierra del Palmerín Pavia y Mediz Bolio nos gana en casi todo.

El desglose es como sigue. Los yucatecos tienen 53 museos, los campechanos cinco y nosotros diez. El ganón tiene 12 teatros, Campeche nueve y nosotros seis. En centros culturales: Yucatán 56, Campeche 14 y nosotros 16.

En bibliotecas, los yucatecos administran 159, los campechanos 55 y nosotros 50. En las fundamentales librerías seguimos en la misma tónica: 31 para los de Yucatán, ocho para los de la tierra del pan de cazón y nosotros, diez; incluyendo las de los Samborn’s en Cancún. ¿Le sigo, aunque luego recurramos al prozac o nos dediquemos a buscar como emparejarnos?

En galerías y en auditorios es donde somos los campeones. Quintana Roo tiene diez galerías, Yucatán nueve y Campeche cuatro. Acá nosotros tenemos 15 auditorios, los yucatecos nueve y los campechanos siete. Lo que no saben es que les metimos el del CONALEP y el del Colegio de Bachilleres.

Los de la tierra del faisán y el venado y los de la ciudad amurallada están empatados en declaratorias de Patrimonio de la Humanidad que otorga la UNESCO: tienen dos cada uno y nosotros solamente a la Reserva de la Biosfera de Sian Ka´an.

En zonas arqueológicas abiertas al público están adelante los campechanos: ellos tienen 17, los yucatecos 16 y nosotros 13.

En la publicación de libros y revistas ahí andamos, nos defendemos aunque nos ganan. Tenemos 71 títulos publicados y Yucatán y Campeche 81 y 93, respectivamente. En festivales los yucatecos nos ponen una felpa, tienen ocho y los campechanos y nosotros dos. Pero donde no se tientan el corazón es en las convocatorias a concursos, premios y bienales: Yucatán tiene 21, Campeche 11 y nosotros tres.

Mucho trabajo tenemos para aumentar nuestros espacios culturales y disminuir el rezago cultural. Con programas y proyectos se debe lograr. Pero también hay que dejar un guardadito para mantener la infraestructura, por que ésta se deteriora o se vuelve obsoleta con el tiempo. Como se verá, el trabajar con la cultura es tener imaginación, creatividad, pero también recursos para la pintura, las escobas, la fibra óptica y los sistemas digitales.

A ello sume los imprevistos de la naturaleza: huracanes o inundaciones. Ahí nos pegan y nos pueden retrasar años de trabajo. Véase el caso de la importante infraestructura que dejó Enrique González Pedrero en Tabasco: teatros, museos centros de investigación y biblioteca dañados y paralizados por la subida del agua. Es una enorme pena.

Tener actualizado el inventario para mantenerlo, mejorarlo y aumentarlo es una tarea grande y de mucho empeño. Ahí también, en esos esfuerzos que poco conocemos, se trabaja para que la cultura tenga un lugar digno. El inventario cultural no es para mantenerlo en bodega, ni que se cubra de polvo; debe ser una prioridad cotidiana que no merece la distracción, aunque a veces las nuevas ideas corran aladamente por delante.

martes, 17 de junio de 2008

Es deseable

Se le atribuye a Jorge Luis Borges una definición de la democracia muy aplaudida: “es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística”. Borges, al igual que Octavio Paz, levantaba mucho polvo cuando hablaba de política.

Apenas habían pasado 24 horas cuando ya tenía en mis manos la Iniciativa de Reforma Energética del presidente Felipe Calderón. Me interesó desde el momento en que se presentó públicamente. Pausada y sin interrupción la leí. Tocaba un asunto importante y sensible: modificar el artículo 27 constitucional en materia del petróleo para permitir la participación de capital privado y poner a PEMEX acorde con los tiempos económicos, con la tecnología y con la inversión.

El artículo 27 de la Constitución establece que el recurso del petróleo es del dominio directo de la Nación y cuyas características son la inalienabilidad e imprescriptibilidad; es decir, nunca deben dejar de ser propiedad y dominio del Estado. También ese artículo dispone que el petróleo y todos los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos, no pueden ser concesionados ni cedidos en contrato y que solamente la Nación esta facultada para realizar su explotación.

Previo al lanzamiento de la Iniciativa, la Secretaría de Energía y algunos columnistas comenzaron a manejar argumentos como “en el periodo que va de 1979 al 2004, la producción de crudo de Petróleos Mexicanos pasó de 1.5 a 3.4 millones de barriles diarios, alcanzando su máximo en ese último año. Sin embargo, a partir de ese momento la producción de petróleo ha venido disminuyendo de manera preocupante, en consistencia con la caída en la producción del yacimiento de Cantarell, que en 2004 alcanzó su mayor producción, con 2.1 millones de barriles diarios, representando el 63 por ciento del total nacional” o “es claro que México requiere elevar la velocidad a la que descubre nuevos yacimientos e incorporar reservas, de manera que se pueda revertir la declinación en la producción”. El panorama así planteado era catastrófico.

Como se conoce, rápidamente los legisladores del Frente Amplio Opositor reaccionaron a lo que consideraron un intento de privatizar el patrimonio nacional. Tomaron las tribunas del Senado y de San Lázaro y negociaron el abandono de ellas luego de que todas las fuerzas políticas aceptaron realizar un Debate sobre la Reforma Energética.

Para el Debate se programaron 22 foros con especialistas. A la fecha ya vamos a la mitad de la presentación de los paneles y ya se han escuchado interesantes opiniones, aunque para Felipe Calderón solamente se han discutido cuestiones históricas, cuestiones que tienen que ver con la ideología y que tienen que ver con la política, pero sin rebatir lo central de su propuesta. O bien el presidente minimiza lo dicho en los foros, o bien los ponentes son de quinta pues no han entendido lo medular de la Iniciativa.

¿Qué se ha dicho en los foros? Indudablemente no se tiene suficiente espacio, ni se tiene vocación de estenógrafo para reproducir todas las ideas vertidas en el patio central de Xicoténcatl No. 9. Sin embargo, rescato algunos argumentos y posturas.

Lorenzo Meyer propone el análisis de variables que tienen que ver con nuestro nacionalismo, con la petrolización del fisco y de la participación de la sociedad en el debate. Llama a convencer y no sólo a vencer, de lo contrario habría una polarización e inestabilidad política. El investigador de El Colegio de México se opone a la Iniciativa y para ello se apoya en la historia política del petróleo.

Carlos Elizondo Mayer-Serra se mostró a favor de modificar la Constitución y con ello apoya la Iniciativa: “el fondo de la discusión no es la constitucionalidad de una u otra propuesta de reforma. El fondo es una decisión política, soberana, sobre qué hacer con el más estratégico de nuestros recursos. El fondo son las implicaciones de reformar o no reformar o el sentido de una u otra reforma. Si los fines que acordamos democráticamente exigen un cambio constitucional, llevémoslo a cabo”. Total, el artículo 27 ya se ha modificado 16 veces, una más no es ninguna.

Héctor Aguilar Camín reconoció que PEMEX tiene las amarras de la corrupción y la ineficiencia y que la mitología nacionalista y la debilidad fiscal impiden hablar del petróleo y de PEMEX como debe ser: una materia prima y una empresa. Agrega que la mitología nacionalista nos impide alterar los principios constitucionales y los principios simbólicos que permiten una visión de la industria petrolera. La mitología, dice el chetumaleño, es apasionado constitucionalismo y rechazo a la privatización. Él no cree que la Iniciativa privatice a PEMEX.

Juventino Castro, Ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia, se declara un modesto abogado y pide no confundir la tesis de la propiedad. “La propiedad no es un derecho natural que desde su origen perteneciera al ser humano..., según nuestro Pacto la propiedad de las tierras y aguas es, en su origen, propiedad de la Nación, o sea del pueblo mexicano y existen propiedades –según mandatos constitucionales-, que no pueden en forma alguna ser transmitidas a los particulares, porque son base y el sustento de nuestra identidad, nuestra estabilidad y el progreso de la Nación”.

De uno y otro bando se han manifestado. Pero a lo largo de las jornadas va quedando la sensación que son más los que argumentan en contra de la Iniciativa de la Reforma Energética. Al menos en el patio de Xicoténcatl, parece ser que la propuesta de Felipe Calderón no las tiene consigo.

El Debate termina el día 22 de julio y no queda claro que se hará con la riqueza de los argumentos. No se ve aún el tren de aterrizaje para que se tomen decisiones. Ya se acerca el día de pasar a otra etapa y ahora se sacan a relucir citas de artículos constitucionales como el 26, el 41, el 42, el 71 y el 72 para hablar de una consulta ciudadana o de dejar que sea el Congreso de la Unión quien decida sobre la Iniciativa.

Quisiera retomar de Carlos Elizondo la idea de que en el fondo será una decisión política la que decida el futuro de la Reforma Energética. Y por ello es necesario pensar en nuestra democracia. Grandes cambios han existido en el vocabulario en la teoría democrática, irrupciones ideológicas en la democracia se han presentado, pero debe quedar claro que la realidad y el ideal ya no dan para más en la construcción de abstracciones normativas obsoletas.

Es deseable que empecemos a hablar de democracia participativa. Sin que se supla a la democracia representativa -sino que se le complemente-, la democracia participativa podría ser la solución a problemas como el decidir qué hacer con la Iniciativa de la Reforma Energética. Es una modalidad operativa que permitiría que a través de un referéndum todos los interesados manifestáramos nuestra postura.

Finalmente sería relativo el resultado del referéndum, lo importante es crear nuevas formas de participación. Eso es lo deseable. Al final del ejercicio podremos saber si somos capaces de seguir manejando los hechos y los valores como factores constitutivos de la democracia o nos quedaremos en el consuelo poético de que ella sólo “es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística”.

domingo, 1 de junio de 2008

Culturas populares

Cuando a los 15 años de edad salí de aquel pueblo costero, había dejado atrás muchos sentimientos y amores. Se quedaron los padres y hermanos, los amigos y las primeras novias. Prácticamente ya no regresé a aquel Macondo en el mar Pacífico. Salí porque ya no había nada que hacer allá y además notaba que la muerte le ganaba la carrera a la vida. Gabriel y Salomón me habían enseñado todo lo que sabían. Yo quería ser filósofo, estaba seguro de ello. Luego todo cambió.

Me entretuve por ahí, fui a los mercados fenicios y adquirí algo de nácar, coral, ámbar ébano, perfumes voluptuosos y hasta con algunos cíclopes y lestrigones me pelié, como dice el buen Cavafis. Todo fue rápido e intenso. Luego me confundí. Giré la cabeza hacia ambos lados: nadie estaba junto a mí; era un sobreviviente. Miré atrás y empecé de nuevo. En cuanto se rebasan los límites de la aldea local, el mundo de las pertenencias se vuelve complejo: mi identidad ya no era geográfica, ni psicológica.

En ese andar, ni aquel dueño de la fábrica que no recuerdo su nombre, ni Beatrice, ni nadie pudieron lograr lo que ella pudo: “eso de la filosofía es bueno para saber, pero no para hacer; estudia algo que te sirva para entender a los grupos vivos y actuantes”. Le hice caso y desde entonces estoy cerca de la cultura popular.

Aceptado el cambio, fue con aquel refugiado argentino como aprendí que los despliegues de jergas no funcionan en los trabajos culturales si primero no se entiende que un hombre sin aceptación de su cultura es un ser manejable. El de Tucumán me advirtió que vendrían tiempos de lucha contra nuestras culturas, que eso era parte de una mutación antropológica: “los mutantes van a tratar de destruir lo que resta del homo sapiens, intentarán destruir al único animal que se preocupa por el sentido de las cosas, y eso hay que impedirlo a cualquier costo”.

Para no aceptar el perder una sola batalla, se pensaba que era necesaria la acción práctica. Era imprescindible formar a promotores culturales, a todo un ejército de ellos; capacitarlos en la teoría; que reconocieran qué se podía rescatar, qué se debía promocionar, qué difundir y que desarrollar en cada cultura.

Al pensar de esa forma, la cultura popular pronto se me hizo plural en la medida que entendí que no era lo mismo que el singular de la cultura nacional. Todos empezamos al revés, primero nos hicimos nacionales y luego particulares y locales: la pirámide estaba invertida y nuestra identidad estaba artificiosamente construida. Queríamos la unicidad sin reconocer la diversidad. Así estaba todo en aquellos años.

El país era otro, su perspectiva histórica y cultural también. Todavía quedaban resabios de la política cultural de Vasconcelos; aún teníamos miradas piadosas pero integrativas hacia el indio de bronce; nuestra lengua nacional era el castellano y lo demás eran dialectos; habían clases sociales y una categoría social marginal: el indio; lo desigual sólo era aceptado como reto para impulsar lo moderno y el desarrollo nacional; la pluralidad quedaba en lo étnico, pero no permeaba a las otras culturas: no se reconocía la existencia de la triara evolutiva de etnia-clase-nación; no existían leyes que reconocieran las diferencias culturales; el centralismo definía en soledad la política cultural, creando relaciones unilaterales y paternalistas, y solamente se identificaba a las bellas artes como el objetivo para hacernos universales culturalmente: lo demás era folklore o tradicional.

Primero abandonaremos viejas ideas. Volveremos a revisar la historia local, la conformación social, las formas de pensar y hacer y trabajaremos el conjunto de valores y ethos comunes. Pensaremos como hombres locales, sin dejar de relacionarnos con la aldea global. Retomaremos las cuentas y pensaremos que el maya es uno de los 400 grupos étnicos de Latinoamérica, pero la suma partirá con ellos. Tomaremos en cuenta a otros grupos escondidos o desconocidos: colonos rurales, emigrantes, pescadores y sectores populares urbanos.

Confirmaremos la idea de que la cultura no es exclusivamente el desarrollo educativo y lo comprendido en las bellas artes. Dejaremos por sentado que la diversidad puede ser un principio de identidad, eso no se revisará. Reconoceremos al pluralismo como forma de democracia cultural. No negaremos que existe un mercado de bienes culturales, pero trabajaremos por que los productos locales no queden en desventaja. Pediremos a los medios masivos una tregua y una alianza: que den espacio y valor a las culturas populares. Estaremos presentes en los proyectos educativos que tengan que ver con la cultura.

Las culturas populares
son entidades vivas y dinámicas que no se quedan en el encasillamiento de lo “auténtico” o lo “verdadero”. Las entenderemos como al conjunto de procesos de creación cultural surgidos directamente de los grupos populares -sean indígenas, campesinas o urbanos-, de sus tradiciones propias y apropiadas y de su genio creador histórico y cotidiano.

No nos meteremos a escarbar y abrir polémicas innecesarias entre cultura “alta” y cultura “baja”, ni tampoco nos entreteneremos en relacionarla con las fuerzas hegemónicas, ni las subalternidades. Sabemos de las apropiaciones y despojos que se han hecho de ellas, de la violencia simbólica que han sufrido, pero no estamos para atizar la lumbre. Le vamos a entrar a la industria cultural y a la formación de públicos, sin olvidar que debemos distinguirnos de la cultura de masas. Todo ello apegado a lo que digan los planes nacionales y estatales. Haremos lo que las normas y funciones culturales nos permitan hacer, lo demás estará en nuestro íntimo espacio de la utopía. Esto último será para otro momento, otro lugar y otra situación.

Ya confesé lo que creo de las culturas populares, ahora que me dicen que debo trabajar por ellas. Ya me comprometí. Deseo que al final entregue buenas cuentas a la sociedad y a los que confiaron en una persona que a los 15 años abandonó Macondo y que desea ser parte de una comunitas de voluntades.

Ahora le agradezco a Renée por convencerme de estudiar algo que me acercara a lo que hace la gente; a Adolfo, por enseñarme que la lucha es con los mutantes que quieren vestir al mundo de una sola forma; a Félix, el que ahora gobierna el lugar donde vivo; a Manuel, que dirige el lugar donde trabajo; a Oscar por sus generosas e inmerecidas palabras y a los amigos y camaradas que están allí y son mi apoyo. Vamos a ver qué podemos lograr en esto de trabajar por las culturas populares en Quintana Roo.