domingo, 25 de enero de 2009

El chicle

Fueron las vespertinas conversaciones con los integrantes de la cooperativa “José María Pino Suárez” de la comunidad de Señor, las tempranas lecturas de La rebelión de los mayas y el Quintana Roo chiclero de Jorge González Durán, los Estudios socioeconómicos preliminares de Quintana Roo de Alfredo César Dachary y -ya pasada la baliza de los noventa-, la revisión del interesante trabajo de Martha Patricia Ponce La montaña chiclera. Campeche: vida cotidiana y trabajo (1900-1950), quienes me acercaron al tema. Ahora, una plática con Manuel Aldrete, Director del Consorcio Chiclero, me permite intentar un recuento a la luz de nuevas formas organizativas para el trabajo y de los nuevos mercados mundiales.

A finales de septiembre, ya con las lluvias veraniegas sostenidas y los primeros elotes asegurados, los campesinos se preparaban para internarse en la selva, instalaban un pequeño campamento e iniciaban la “picada” del árbol del chicozapote para extraer su pegajoso látex. Luego, en grandes cazos, hervían aquella blancuzca sustancia, la vertían en marcos de madera, se le dejaba enfriar y así obtienen esos gruesos ladrillos de chicle que terminaban de color café claro.

Cada dos semanas el chiclero concentraba los bloques en la cooperativa y recibía buenas sumas de dinero: era su aguinaldo que buena parte terminaba en la cantina. En enero, con las últimas lluvias de los “nortes”, los campesinos abandonaban la extracción. Me explicaban el proceso de enganche a través del pignorador que les adelantaba los costos de las cuerdas, los machetes y ciertos alimentos. Los temores por la rotura de la soga o la mordedura de la temible kasoni k’aax siempre estaban presentes. Calculábamos su producción en quintales, unidad que formaba, junto con la legua y la jornada, sus formas de medir el peso del trabajo, el movimiento en la selva y el tiempo invertido. Así recuerdo esas pláticas, en cuclillas y comiendo un pedazo de tepezcuintle horneado.

Creo que se llama “Adolfo López Mateos” la biblioteca pública de Felipe Carrillo Puerto, donde encontré aquel trabajo de González Durán. Con un prólogo de Cuauhtémoc Cárdenas y en no más de un centenar de páginas, el documento hablaba de las circunstancias políticas y sociales de la guerra de 1847, de las concesiones forestales otorgadas por Porfirio Díaz en el norte del actual Quintana Roo y, con ello, el inicio del saqueo y explotación de la madera y el chicle.

Como los surcos entreverados que se le deja al tronco del chicozapote, entre información histórica, política y económica, así discurre ágilmente el texto de la obra. Un enfoque específico recibe el tema del cooperativismo que se consolida con Lázaro Cárdenas y la Federación de Cooperativas Chicleras de Quintana Roo, sus 46 cooperativas, sus 2,394 afiliados y sus 400 mil pesos de fondos iniciales.

Meses después consulté la serie de trabajos del Centro de Investigaciones de Quintana Roo que firmaban Alfredo César y Stella Arnaiz y que titulaban como Estudios Socioeconómicos Preliminares. Me fueron muy útiles en un diagnóstico cultural que realizaba en aquellos tiempos. Confieso que esos materiales me parecieron una excelente base de datos que me ahorraban visitas a archivos o a informes de la Secretaría de Desarrollo Económico Estatal. Fueron documentos que me permitieron un acercamiento detallado al Quintana Roo contemporáneo.

En la década de los años 20s, el chicle, junto con la caoba, eran los principales productos de exportación del Territorio de Quintana Roo. Había jactancia que se exportaba y que de ello dependía la economía de la mayoría de los pobladores. Entonces no eran los españoles de la industria turística los que tenían el sartén por el mango; eran José Aguilar, Francisco Asencio, Pascual Coral y Mr. Turton, de Payo Obispo; Coldwell y Bonastre, de Cozumel; Vicente Coral, de Isla Mujeres, y Valerio Rivero y Jacobo Handall, de Xcalac, los empresarios que exportaban caoba o chicle o copra o mariscos.

A Martha Patricia Ponce la conocí en un estante de La Casa Chata, en Tlalpan. Su obra estaba junto a una colección de interesantes trabajos que el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social publicaba sobre pescadores yucatecos, la frontera sur y las nuevas configuraciones religiosas en los estados del sureste mexicano.

“La montaña chiclera” se centra en las relaciones socioculturales que establecieron los hombres que se dedicaron a la explotación del chicle: sus vivencias como grupo social para escribir una historia local y regional. De ahí extraigo datos como que las compañías norteamericanas tomaron por asalto las selvas del sureste durante el Porfiriato, en 1940 –el mejor año de la industria chiclera-, Campeche aportaba el 52 % de la producción nacional y Quintana Roo el 44 %, el resto lo aportaban Yucatán, Tabasco, Chiapas y Oaxaca.

Para 1964, México fue el principal productor de la goma a nivel mundial, aportando el 80% de la producción. Fue el momento cúspide, pues a partir de ese año se inició el descenso: las tropas norteamericanas, que ya tenían dos años combatiendo en Vietnam, ahora traían en su ración chicles de origen sintético. Lejos quedaba aquella anécdota de Antonio López de Santa Anna y Thomas Adams haciendo negocios para endulzar la insípida resina.

Para la década de los años 40s, Quintana Roo tenía 2, 500 000 hectáreas de selvas dedicadas a la extracción del chicle que producían, en promedio, un millón y medio de kilogramos al año. Para entonces, en 1940, el kilogramo de goma tenía un valor de 4.22 pesos, algo así como un dólar de esos años. Con un millón y medio de dólares anuales imaginen cómo se distribuía la riqueza entre los chicleros, arrieros, cocineras, capataces, pesadores, almacenistas y los dirigentes de las cooperativas y de la Federación.

Pronto, el manejo del dinero y de miles de trabajadores derivó políticamente en la ambición de “tener los controles en el campo; eso fue pervirtiendo los procesos y se fortaleció la burocracia campesina”, señala el sociólogo Manuel Aldrete Terrazas.

Es de suponer que tener el control de la Federación de Cooperativas Chicleras era algo que económicamente importaba mucho entre los años 40s y 60s; era como ser el Presidente de la Asociación de Hoteles del actual Quintana Roo. Pero con una diferencia: el clientelismo político y el corporativismo pronto fueron usados en beneficio del gobernante en turno y del dirigente de la Federación. Se trataba de una dependencia mutua, indisoluble.

Actualmente ya no existe la Federación de Cooperativas Chicleras. Son nuevas las realidades políticas y de mercado las que marcan una novedosa situación en la actividad chiclera que, poco a poco, recupera su presencia en términos cualitativos, pues nunca será lo mismo producir 1,500 toneladas a las 50 de goma de mascar orgánica que el Consorcio Chiclero intenta colocar este año en el mercado europeo.

Será el emprendedor, el tenaz, Manuel Aldrete, quien en la próxima entrega nos hable de la nueva realidad del chicle en Quintana Roo y en el mundo. Será ilustrativo y posiblemente polémico.

domingo, 11 de enero de 2009

La crisis

La economía como disciplina, institución y cotidiano ejercicio es lo que más cercano está al Hombre. Es a la primera que recurrimos cuando buscamos satisfacer las necesidades primarias. Ella siempre nos ha acompañado evolutivamente en todos nuestros comportamientos, desde que cazábamos y recolectábamos, hasta cuando utilizamos un instrumento de financiamiento a través del dinero. Pero ahora la economía es nuestra mayor incertidumbre.

Las malas señales del origen de esta crisis financiera comenzaron en agosto del 2007; en septiembre del 2008 el banco de inversión estadounidense Lehmann Brothers estaba en bancarrota y en noviembre ya todas las instituciones y gobiernos declaraban y actuaban con inyecciones ante el inevitable desplome. El sistema financiero entró en terapia intensiva. El pánico se apoderó de los inversionistas y miles de trabajadores comenzaron a conocer la cesantía.

La angustia se manifestó luego de la caída de las principales bolsas de valores del mundo en el mes de octubre y con las precauciones de inversionistas extranjeros que sacaron sus recursos de diversos mecanismos financieros. Para ese mes, de México salieron 22 mil 190 millones de dólares, recursos que son adicionales a los 18 mil millones de dólares que el gobierno mexicano utilizó de sus reservas para contener una abrupta devaluación del peso.

A pesar de estos indicadores, nadie se atrevía a hablar con claridad a los que nos movemos en la microeconomía. Tal parece que la consigna era utilizar un lenguaje optimista: “estamos preparados para enfrentar los efectos de la crisis”, podía escucharse en varias declaraciones. Mientras tanto, los precios de la mezcla mexicana del petróleo descendían y descendían dramáticamente.

En diciembre ya todo mundo hablaba de la recesión. La confianza en el sistema financiero ya no existía. El siempre prudente Fondo Monetario Internacional (FMI) ahora elaboraba proyecciones poco halagadoras para los próximos dos años: todos los países industrializados entrarían en recesión en el 2009: a nivel global sólo se crecerá en un 2% y México, según algunas asociaciones, tendrá un crecimiento negativo de -1%. En ese mes, 15 países europeos ya conocían la recesión.

A pesar de las inyecciones de enormes recursos para rescatar a bancos, pronto se entró en una fatiga: para la segunda mitad del último mes del 2008 había cierto desaliento. Al parecer, las medidas para enfrentar la crisis no estaban dando los resultados esperados y los signos vitales empeoraban. Los especialistas del FMI, como Dominique Strauss-Kahn, advertían de riesgos políticos, ya que ahora los mercados podían colapsarse y los estallidos sociales eran una posibilidad. El especialista sugería aplicarse a fondo en el gasto público en vivienda, dar apoyo a la población más pobre y otorgar estímulos fiscales, pero sin reducir los impuestos.

La estrategia de gobiernos e instituciones para las últimas semanas de diciembre era buscar estabilizar el sistema financiero y controlar la caída económica bajando las tasas de interés. Se probaba con todo, pero sin que la confianza fuese una aliada.

El historiador Niall Ferguson nos recuerda que el mundo financiero de hoy es resultado de cuatro milenios de historia económica. Desde que los usureros de Babilonia dieron nuevo uso al dinero, hasta que las familias del siglo XX se inclinaron por las inversiones en bienes raíces, largo ha sido el camino para intentar comprender cómo se llegó a esa caprichosa naturaleza de esa modalidad de la economía.

Sabemos que esta crisis no es la primera en este camino que termina en el capitalismo bajo la forma de globalización. En los últimos 138 años, el sistema económico ha sufrido 148 crisis, sea bajo la forma de recesión o de inflación. Entonces, si nuestro tejido cognitivo es resultado de la experiencia, de esa evolución, cabe la pregunta, ¿por qué no aprendemos de esta historia financiera?, ¿prevalece más nuestra euforia sobre el llamado “riesgo calculado”?

A nivel de gobierno también quedan interrogantes: si los gobiernos han intervenido inyectando recursos a los bancos o comprando activos, ¿hasta dónde es el margen de intervención, de regulación, para preveer las crisis como la actual? O acaso mi ingenuidad no me permite ver que esas regulaciones, esos controles del capital, han quedado en los años setentas y que ahora esas intervenciones millonarias de rescate son decisiones políticas, igual de equiparables a programas sociales llamados Acuerdos Nacionales a favor de la Economía Familiar y el Empleo?

La crisis comenzó con la caída de las bolsas y de ciertas mercancías como el petróleo, con las devoluciones de las monedas y con la depresión, pero aún se desconocen las repercusiones sociales que traerán la pérdida del trabajo y la inflación. Ya se prevé en México un bajo consumo, la disminución de las remesas y la disminución del turismo. Pero, ¿qué aumentará?... ¿los índices delictivos, la nómina del llamado crimen organizado?... De los índices de pobreza, eso no se duda.

Hay que recordar que la economía se ocupa de las transacciones de intercambio, del uso de los recursos escasos para la producción de mercancías y su distribución para el consumo –aunque también es economía administrar nuestro ritmo de respiración ante la escasez de oxigeno: el tiempo mismo y la vida son objeto de la economía por ser recursos escasos-; se ocupa también de las maneras de cómo la gente consigue sus recursos materiales para sobrevivir y, obviamente, de las riquezas. Pero poniendo las cosas en escala económica, ¿usted es de esa pequeña elite que invierte en la bolsa de valores o es de los que están atentos al precio de las tortillas y el jitomate? Dependiendo de su ubicación, así sentirá el impacto de la crisis financiera.

Como actor individual, relacionado con un sistema social y económico, que sabe de la crisis inflacionaria de los 70-80s, la nueva crisis me ha enseñado algo: siempre que utilizo el mecanismo de retirar billetes del cajero, reflexiono y me pregunto: la historia del dinero, de su larga evolución como describe Ferguson, nos ha traído a esta situación de desplome de toda clase de bienes: acciones, hipotecas, casas…, ¿cómo hacer para que esta economía y su cuerpo teórico identifique y tome decisiones racionales sin que nos perjudique?

Por el momento, me siento como el jamón del sándwich, en medio de una lucha financiera por el más apto, donde los contendientes me son desconocidos y lo peor: seré devorado sin que a ellos les interese qué es lo que quiero, ni mi proceder como parte del mundo descriptivo será tomado en cuenta por los normativos, por los prescriptivos de la economía.