domingo, 25 de septiembre de 2011

La semana

Si me preguntaran cómo me fue en la semana, me detendría un momento para responder. Hubo de todo. Estar en una reunión con Consuelo Sáizar, volver a saber de José Narro en menos dos semanas, ir a observar y escuchar la ópera Madame Butterfly y estar en un avión sin saber por un momento dónde terminará su vuelo, hizo que estos días valieran la pena por los diversos sentimientos y reflexiones encontradas.

Creo que fue por la novedad de haber cambiado mi antiguo cuaderno de notas por un discreto paperblanks, que compulsivamente anotaba y anotaba. Por eso el Diario de Campo tiene de todo en estos días, algo así como una miscelánea.

La Presidenta del Conaculta, la nayarita Consuelo Sáizar, es una mujer recia, de tiempos muy medidos y con un claro mapa mental de por dónde andan los dineros y los proyectos. ”No soy política, soy una intelectual eficiente”, así se definió en algún momento de la plática.

Asistí a esa reunión en Arenal 40, acompañando a Cora Amalia Castilla, la Secretaria de Cultura, quien llevaba un voluminoso paquete de 47 proyectos sobre desarrollo e infraestructura cultural para Quintana Roo. En esos expedientes había un abanico diverso: teatros, museos, casas de la cultura, atención a la cultura comunitaria maya, estación de radio intercultural, catálogo del patrimonio cultural intangible… Se trataba de ambiciosos documentos, pero apoyados en sistematizadas y bien argumentadas ideas.

La titular de cultura estatal había hecho un previo cabildeo con diputados y directivos culturales para tener datos duros para esa plática con Sáizar Guerrero. Se escucharon las propuestas quintanarroenses y se contrapuntearon con los intereses del Conaculta. La titular de la institución federal anotaba los puntos que más le interesaban: fue evidente su preferencia por los proyectos de infraestructura, de lo que quedará visible en el último año del actual Presidente de la República. En futuras semanas ya conoceremos el pedazo de cobija que nos tocará y qué podrá cubrir.


José Narro, el Rector de la UNAM, recientemente recibió el Doctorado por Causa de Honor por la Universidad de Quintana Roo. Aquí, en su visita a Chetumal, aprovechó para apapachar al puma Francisco Montes de Oca y al politécnico Miguel Borge. Rescato pasajes destacados de su discurso: “Lo quiero compartir (el reconocimiento) con todos aquéllos que a lo largo y ancho de nuestro país promueven a la educación superior pública..., con quienes creen que es posible una sociedad más justa, igualitaria y con menos contrastes.., con quienes piensan que una nación moderna, próspera y competitiva en el plano internacional, requiere de un fuerte impulso a la investigación científica en todas sus áreas y modalidades..., con quienes sostienen que el arte y la creación (la cultura) son indispensables en una sociedad humana”.

Ahora veo nuevamente a Narro Robles en el Palacio de Minería entregando once Honoris Causa a personalidades de las humanidades, la ciencia, la diplomacia y la cultura. Ahí estaba el cantautor Joan Manuel Serrat, el cineasta Carlos Saura, la escritora Margo Glantz, el sociólogo Pablo González Casanova, la geógrafa Teresa Gutiérrez Vázquez, el arquitecto Ricardo Legorreta, el astrónomo Manuel Peimbert, el neurocientífico Pablo Rudomín, el diplomático Fernando Solana, la historiadora Elisa Vargaslugo y la científica Mayana Zatz; todos con toga y birretes con flecos rojos o azules o dorados. El Rector habló de fortalecer nuestra identidad, de reforzar el orgullo nacional y de reanimar el sistema de valores laicos que hoy están debilitados en el país. También habló de cambiar el ambiente de polaridad y miedo, para avanzar en un modelo de desarrollo humano. El Rector Narro se vio presumido por lo que ha hecho la UNAM en 100 años y motivos le sobran.


Teresa Vicencio fue muy generosa con los funcionarios de cultura de Quintana Roo: les otorgó el palco 14 del Palacio de Bellas Artes para presenciar la ópera Madame Butterfly. Como me distraje y quería ir con la Nené, mi cuñadita Niki me consiguió boletos para luneta; es la ventaja de tener a un familiar tocando el chelo en el foso. Desde ahí, observé y escuché cómo pueden atentar con una obra clásica. Entendería a Giacomo Puccini si elevara una enérgica protesta desde ultratumba.

No todo era criticable de la puesta de Juliana Faesler, ni tampoco soy un experto en la materia. Escuché una orquesta clara y afinada, la voz que interpretaba a Cio-Cio-San no lastimaba mi oído, aunque por ahí leí que la soprano Maribel Salazar era mejor. Pero la escenografía conceptual, especialmente la plataforma giratoria, me incomodaban. “Ni un triste cerezo hay”, me comentó mi suegra y tenía razón. El tendedero de kimonos y que Butterfly sobreviviera cosiendo y lavando ajeno, molestó al crítico Lázaro Azar. Pero lo que a mí me impresionó fue el tremendo balazo con el que se suicida el koolaid de Pinkerton, fue impactante: qué manera de violar un guión, una partitura. A la salida, en la escalinata del Palacio, una distinguida pareja, ya mayor de edad, mentaba madres.


Lo había visto en películas, pero no me había tocado vivirlo. Un avión moderno y relativamente nuevo no podía aterrizar en el aeropuerto de Chetumal. Al más pequeño de la familia Airbus nomás no le bajaban las llantas. Se enfiló a la pista y descendió y descendió…, de pronto un acelerón y va de nuevo para arriba. ¿Se habrá metido una vaca, como sucedía en la pista de mi pueblo?, o ¿a un maquinista de una Caterpillar no le dieron el horario del avión?, reflexionaba mientras veía que ya estábamos arriba de territorio beliceño.

En el vuelo venían Héctor Aguilar Camín, Ángeles Mastretta, Rafael Pérez Gay, funcionarios de Cultura y del Conacyt quintanarroense y cien personas más. “El piloto nos informa que tenemos un problema en el tren de aterrizaje. No se preocupen, estamos preparados para este tipo de emergencias. Sigan las instrucciones que se les den”, se escuchó en la nave. Observé al mí alrededor y vi a algunos pasajeros persignarse. Pero no había pánico, nunca lo hubo, todos mantuvieron la ecuaninimidad. Ningún nervio se tensó, intuía que los pilotos ya habían pensado en alternativas incluyendo un tranquilo amarizaje en el territorio de los manatíes. En total, cuatro vueltas dio el avión sobre mi ciudad, consumía el combustible para quitarle riesgos a un posible aterrizaje forzoso. Finalmente el pepenkaa´k tocó pista y se quedó ahí, varado, sin dirección para ir a la terminal. La mayoría de los pasajeros aplaudieron y así terminó el vuelo 2445 de Interjet de ese viernes.

Fueron unos días con 24 horas, sin ninguna alteración en la medición que culturalmente le hemos dado al tiempo; fueron, hasta cierto punto, normales, salvo por el peso que le damos a nuestras experiencias y a la terquedad de regístrarlas.