domingo, 5 de febrero de 2012

Una revisión

El representante del CONACULTA y de los institutos culturales de Veracruz, Yucatán, Campeche, Tabasco y Chiapas primero abrieron desmesuradamente los ojos; pero luego, de inmediato, estuvieron de acuerdo conmigo cuando les dije: “No está de más recordar que el quehacer cultural se guía por paradigmas, por modelos. Sabemos que no es recomendable realizar acciones, eventos, sin tener presente que deben responder a una idea, a un propósito. Desestimar la reflexión que dé cobijo al quehacer se puede traducir en un voluntarismo que nos puede divertir, distraer o hacer dormir satisfechos esa noche por los aplausos recibidos. Pero nuestra responsabilidad es mayor”.

Han pasado tres décadas en que la política cultural del estado nacional así lo hacía: toda acción respondía a una profunda reflexión. Y no es que antes nada existiera, se tomaba como antecedente, para bien o para mal, el largo nacionalismo vasconcelista, algunas veces homogeneizador, pero constructor también de muchas instituciones.

La experiencia en política cultural de estos últimos 35 años no deja de ser muy interesante. Análisis, discusiones, encuentros, seminarios y otros foros fueron lugares donde académicos e intelectuales de aquel entonces invertían serios argumentos para hacer coherente el quehacer cultural con una idea clara de país. Ahí estaban Stavenhagen, Bonfil, Monsiváis, Arizpe, Turok, Canclini, Margulis, Colombres y otros más. Sería oportuno revisar ahora, a la luz de la dominancia de lo ecléctico y la hibridación, el qué se quería hacer.

Y creo que lo anterior es importante, pues de cierta forma aquellas discusiones y definiciones fueron lentamente escurriendo a la periferia, a nuestros estados, y dejaron las primeras huellas.

¿Quién recuerda al FONAPAS y toda su política de creación de casas de la cultura en todo el territorio nacional? Y ligado a esa iniciativa, ¿quién no recuerda que entonces la cultura tenía un dejo folklorizante y un barniz de las bellas artes? Talleres de todo tipo, grupos de bailables regionales, encuentros de oratoria y de poesía…, entre otras cosas. Fueron los primeros despertares de la provincia donde Raúl Velasco encontró suficiente material para su programa de televisión. Mientras que de aquí para allá, lejano se veía el Palacio de las Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología, el Teatro Blanquita o los primeros festivales cervantinos.

¿Quién no recuerda que el más cercano referente para trabajar la cultura de los pueblos campesinos era el entonces Instituto Nacional Indigenista, mientras que sus técnicos extraían dientes, proporcionaban semillas para sembrar o construían caminos? Eran los últimos estertores de la política de integración de los proyectos y sueños indígenas al gran proyecto de desarrollo nacional.

El país de finales de los años 70s era otro, es cierto. Se querían hacer muchas cosas en la cultura, en los estados se iniciaba la búsqueda de los rasgos identitarios del ser local, mientras la cultura de masas que traían los medios de comunicación masiva entraba hasta el último rincón de las pueblos y pequeñas ciudades.

En los años 80s, en nuestros estados se consolidaron la presencia de instituciones federales como el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Dirección de Culturas Populares y el Fondo Nacional para las Artesanías. Pero también se dio la respuesta local al crearse los primeros institutos de cultura.

¿Qué hacían aquellos primeros institutos culturales? No lo sé muy bien, sería pretencioso saberlo, pero me imagino que hacían mucho de lo que ya realizaban aquellas casas de la cultura, más la publicación de poemarios, algunos estudios históricos, obras de teatro, los primeros cuerpos de ballet…, fue un segundo despertar donde ya se integraban a los creadores e investigadores locales. También fueron los años de los grandes festivales regionales y los primeros grandes encuentros culturales de los pueblos rurales y sus bailes y su música con recursos locales o federales, provenientes del Programas Cultural de la Frontera Norte y la Frontera Sur.

En la década de los 90s llegaron los apoyos directos a las comunidades y a los creadores. Becas o estímulos; proyectos a financiar en las comunidades campesinas e indígenas. Son los primeros días del PACMYC y del FONCA y la plena llegada del CONACULTA. La provincia ya recibe de manera regular los primeros beneficios de los programas culturales federales.

Ahora tenemos los siguientes programas con fondos federales, estatales y hasta municipales. Programa de Desarrollo Cultural Infantil, Programa de Desarrollo Cultural para la Juventud, Programa de Atención a Públicos Específicos, Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico, Programa de Desarrollo Cultural Municipal, Fondo Regional de la Zona Sur, Programa Nacional de Fomento a la Lectura, Programa de Desarrollo Cultural Maya, Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMYC) y el Programa para el Desarrollo Integral de las Culturas de los Pueblos y Comunidades Indígenas (PRODICI).

Vienen a la memoria diez programas, pero tal vez haya más. Pero no es el número lo importante. Lo valioso es analizar qué cualidades tiene cada uno de ellos, qué representan en su conjunto para nuestros estados. Se acerca la hora de sentarse a revisar los resultados y sus implicaciones. Todos ellos nacieron con la mejor intención, pero, ¿su fragmentación ayuda?, ¿presentan ya algunos vicios?, ¿sus reglas de operación necesitan ser revisadas?, ¿hasta dónde hemos creado una dependencia hacia la federación?, ¿existe equidad y comunión en los estados sobre los objetivos y proyectos en los programas y fondos compartidos?, ¿administrativamente, son programas ágiles o resultan tortuosos en sus operación financiera?, ¿realmente sabemos, cuando proponemos proyectos, qué es lo que deseamos o es únicamente una manera de obtener recursos para justificar nuestro quehacer?, ¿la federación induce el quehacer cultural a través de los programas o simplemente lo estimula desinteresadamente?

Para conocer las fortalezas o debilidades de cada Programa, necesitamos revisar uno a uno, con una actitud honesta, crítica y propositiva. Y es aquí donde vuelvo al principio: ¿Qué queremos hacer?, ¿cuál es nuestro modelo paradigmático a seguir en la cultura?, ¿a través de los Programas estamos reflejando una política cultural o simplemente realizamos acciones porque tenemos bolsas disponibles?

Revisar los Programas Culturales Federales es también una oportunidad para revisar nuestra gestión cultural, de saber el estado de la relación de la cultura y las políticas públicas en esta era, donde existen y conviven las culturas tradicionales, la cibernética y la globalización.

Tal como señalan algunos estudios culturales, existen modelos que se construyen culturalmente a partir del estado que deseamos.

Así tenemos una tipología que, sin ignorar el comportamiento cambiante de los actores culturales y las instituciones, debemos tener presente. ¿Somos un modelo de mecenazgo cultural?, ¿de tradicionalismo patrimonialista?, ¿populistas?, ¿de privatización neoconservadora?, ¿de la democratización cultural o de la democracia cultural participativa?

Revisemos nuestros modelos, nuestros deseos, nuestros proyectos y procesos y entonces, creo, que también podremos exigir mejores Programas a la Federación y a nosotros mismos. Esa fue la conclusión en el pasado Segundo Foro Cultural de la Zona Sur, allá en Villahermosa.