domingo, 29 de abril de 2012

El juego

El nacimiento de Carlos y la inquietud por saber qué estaban haciendo los antropólogos franceses del momento sobre el tema, me llevó a leer aquel trabajo de Robert Jaulin, Juegos y juguetes. Después, ya no supe cómo llegué con Johan Huizinga, pero antes, varias paradas tuve que hacer. Así comenzó mi interés por lo lúdico.

Desde su origen, el juego es un hecho social, tanto en su vocabulario, en su ritual y en sus convenciones. Resulta ser su medio donde se presentan ciertas manifestaciones atípicas dentro del mundo racional y su espíritu productivista. El juego, como categoría que refleja parte de la acción de los grupos sociales, constituye un pequeño mundo donde se encuentran, en menor grado y cumpliendo con determinadas funciones, los valores, y en general la estructura sociocultural que los produce.

Podríamos decir que etnográficamente, el juego es el entramado de lo sociocultural, donde se transmiten valores, costumbres, hábitos y formas de socialización, enfatizándose el contexto donde las comunidades lo elaboran, asumen y practican. Cada cultura y cada región poseen un sistema lúdico, compuesto por el conjunto de juegos, juguetes y tradiciones que surgen de la realidad de esa cultura. Cada juego, tradicional está compuesto por "partículas de realidad", en las que es posible develar las estructuras sociales y culturales que subyacen a cada sociedad; por ello no es gratuito que un juego, en diferentes espacios geográficos, tenga letras distintas, significados diferentes.

El fenómeno del juego ha sido analizado desde la tercera década del siglo XX. Fue el holandés Johan Huizinga quien hiciera las primeras reflexiones en su obra Homo ludens. Posteriormente vendrían los franceses Roger Caillois y Los juegos y los hombres. La máscara y el vértigo; Robert Jaulin y El Juego y el juguete y Jean Duvignaud y El juego del juego.

Todos ellos tienen una conceptualización diferente, incluso opuesta en algún caso.

Huizinga, por ejemplo, nos dice que el juego es más viejo que la cultura, pues por mucho que estrechemos el concepto de ésta, presupone siempre una actividad humana, y los animales no han esperado a que el hombre les enseñe a jugar. Los animales juegan, lo mismo que el hombre.

El juego traspasa los límites de la ocupación puramente biológica o física. En el juego entra “en juego” algo que rebasa el instinto inmediato de conservación y que da un sentido de ocupación vital. Todo juego significa algo.

Se cree, dice Huizinga, que se puede definir el origen y la base del juego como la descarga de un exceso de energía y de imitación. También se cree que el juego es una necesidad congénita de poder hacer o efectuar algo. Y otros más consideran el juego como la satisfacción de los deseos que, no pudiendo ser satisfechos en la realidad, se logran a través de la ficción y ello sirve para la formación de la personalidad.

El juego no se puede ignorar, ni negar. Lo abstracto como el derecho, la belleza, la bondad, la verdad…, se puede negar; todo lo serio se puede negar; el juego no. Inconcientemente, el juego no se opone a lo serio, tampoco puede afirmarse que no es lo serio, mucho menos que el juego no es cosa seria. Hay juegos que se juegan con tanta seriedad que la risa no existe.

Pero el juego tiene orden y tensión, estas son sus cualidades y reglas. En cuanto se traspasan las reglas, se deshace el mundo y el juego acaba. Existen grupos o equipos de jugadores, como el de las canicas o el futbol, en donde existe un sentimiento de fraternidad, de hallarse juntos, de separarse de los demás y de sustraerse a las normas generales. El juego, nos dice Huizinga, es una lucha por algo o una representación de algo.

Roger Caillois, uno de los herederos de Emilio Durkheim, amigo de Gastón Bachelard y George Bataille, surrealista y fuerte pilar de la sociología francesa, escribió en Los juegos y lo hombres que el juego es una ocupación separada, cuidadosamente aislada del resto de la existencia y realizada por lo general dentro de los límites precisos de tiempo y espacio. El ajedrez, la chácara, los quemados, las canicas, el futbol… tienen sus espacios: tablero, patio, calle, cancha.

Las leyes confusas y complicadas de la vida ordinaria se sustituyen, en esos espacios y tiempos definidos del juego, por reglas precisas e irrecusables y que es preciso aceptarlas. El que las viola es un tramposo, pues abusa de la lealtad de los otros jugadores.

Sin embargo, hay que señalar que existen juegos sin reglas. Jugar a las muñecas, a policías y ladrones…, requieren de improvisación e imaginación. Aquí, el principal atractivo es representar un papel, un rol, el comportarse como si uno fuese alguien distinto: un desdoblamiento de la personalidad. Aquí la ficción es la regla. Existen entonces juegos reglamentados y juegos ficticios, según Caillois.

El investigador francés analiza que dentro de estos tipos de juegos hay otros tipos, como los de azar, el de la mímica y la interpretación. Si agregamos a ellos los papalotes, el trompo, los acertijos, los crucigramas y los juegos de feria, resulta otra clasificación. Juegos, que a partir de su actividad, pueden ser: libre, separada, incierta, improductiva, reglamentada y ficticia.

Propone una clasificación de los mismos en cuatro categorías, según el elemento que predomine en los mismos: la competencia (canicas, futbol, ajedrez: agón), el azar (ruleta, lotería: alea), el simulacro (indios vaqueros, máscaras y disfraz: mimicry) o el vértigo (tiovivo, volador o rueda de la fortuna: ilinx).

Caillois señala que durante mucho tiempo el estudio de los juegos se circunscribió a la historia de los juguetes, en los instrumentos o accesorios del juego. No se estudiaban sus reglas, naturaleza, características y el género de satisfacción que producen.

Es interesante mencionar que, según este sociólogo, algunos juguetes fueron originalmente utensilios cuando los adultos encontraron algo mejor. Por ejemplo, armas caídas en desuso como cerbatanas, arcos, escudos y la honda. El balero y el trompo fueron, en un principio, artefactos mágicos. Otros juegos y sus accesorios se basan en creencias perdidas que reproducen, en el vacío, ritos con el significado perdido.

Caillois sostiene que el espíritu del juego es esencial para la cultura, pero en el transcurso de la historia, juegos y juguetes son residuos de ella. Como supervivencias incomprendidas de un estado caduco o préstamos tomados de una cultura ajena, privados de sentido en aquélla en que se les produce, los juegos siempre aparecen fuera del funcionamiento de la sociedad en que se les encuentra. En ella, ya sólo se les tolera, mientras que en una fase anterior o en la sociedad de la cual han surgido, son parte integrante de sus instituciones fundamentales, sean laicas o sagradas.

El juego es una práctica, un fenómeno social, que tiene, junto con su accesorio principal: el juguete, otro tipo de funciones y que Jaulin y Duvignaud no explicarán en la siguiente entrega.